Mañana otoñal en los Tribunales de San Isidro.

La justicia ha convocado una audiencia donde la patronal tendrá que explicar las acusaciones que viene lanzando contra Javier Hermosilla (“Poke”), el delegado al que no permiten entrar a trabajar y con el cual están ensañados desde el inicio de la lucha de Kraft.

Poco a poco, van llegando compañeros en solidaridad.

En la zona prima gente rara, que mira raro y se cruza enfrente al ver tanto obrero junto llegando y encarando por sus calles; tanto estudiante y militante arropado en banderas rojas.

“El delegado -comienzan y llegan cantando-, ya se votó, se llama Poke la p... que los parió…”

El ánimo arranca bien. Llegan los compañeros de la Comisión Interna.
Por otra de las calles, asoma una de las Madres de la Plaza de Mayo, con los compañeros del Ce.Pro.D.H. (Centro de Profesionales de los Derechos Humanos), Victoria Moyano y los abogados Agustín Comas y Mariano Pedrero.

¿Y Poke?, preguntan.

Ahí viene, le contestan...

Un primer paso

La lucha de Kraft le cambió la vida; suele contar en confianza, y no deja de conmoverlo el apoyo de los compañeros. “Es impresionante como nos está uniendo está lucha”, transmite llegando y quiere decir algo más, pero es hora de repasar con los abogados los detalles y la defensa.

Adentro la audiencia es cerrada y nada tendrá de pública. La patronal norteamericana, además, no encontrará argumentos y ante las preguntas responderá callando; mostrando sus mentiras.

Afuera, los compañeros de Poke, van siguiendo la audiencia de voz en voz; y de dos en dos. Parece que va bien.

“No saben qué decir”, dice uno de los compañeros del turno noche.

“Hoy ganamos…”, cierra otro.

Diez cámaras de la tele se alinean, algunos toman notas y los celulares abren radios.

Parece que ya es hora.

¿Sale, Poke?

Oscar Coria, su compañero, y delegado de sector del turno noche, improvisa una pequeña asamblea y anticipa las buenas nuevas...

¡Ahí, salen!; grita uno desde la puerta.

“Compañeros, compañeros…”

Ya nadie escucha; y al verlo el grito se hace canto: “¡escuchenló, escuchenló, escuchenló…!”

Poke mira emocionado y trata de hablar. Pide un megáfono; sino va a ser difícil.

“¡¡Escuchenló, escuchenló, escuchenló…el delegado ya se votó, se llama Poke la p... que los parió…!!”

La alegría sigue en grito: “¡y ya lo ve, es para Daer que lo mira por TV…!”; “¡estos yanquis de mierda nos quieren echar, si nos echan, que quilombo se va armar…!

“Compañeros, compañeros…”, y empieza nomás, megáfono en mano: “esto es un primer paso, compañeros... Nosotros no vamos a parar hasta que entren todos los compañeros despedidos”.

Las respuestas no se hacen esperar: “¡¡Escuchenló, escuchenló…!!”

El día se hace noche. Poke va a entrar a trabajar. La justicia impone veedores del Ministerio de Trabajo que lo acompañan al lado de la línea. La alegría se instala en Pacheco. Los abrazos tambien.

En la puerta, Poke, sonríe. Adentro (como afuera), el grito hace callar las máquinas y los líderes de la patronal sienten el paso dado por los trabajadores y esconden su mirada. Lo soldaditos de Daer, vuelven a su covacha y cierran la puerta.

Los trabajadores del turno noche acaban de recuperar a su delegado, y comienzan a hacérselo saber a todos: “¡¡escuchenló, escuchenló, escuchenló…el delegado ya se votó, se llama Poke…!!”.

Nadie quiere parar de cantar.

Sin embargo,“parece ser que las cosas cambian -entre gritos y emociones reflexiona un viejo obrero que vivió de pibe los ’70 y milita hoy en la izquierda-, aunque las tradiciones entre los trabajadores siempre suelen volver, y a veces hasta mejor, en esta fábrica están pasando cosas que uno ya extrañaba...”.