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CHRISTIAN CASTILLO, dirigente del PTS y Director de la Revista Lucha de Clases

PTS

26 de noviembre 2009

El primer tema que me parece importante discutir es que los capitalistas celebraron de forma relativamente mesurada los 20 años de la caída del muro de Berlín. Hicieron algunos recitales, fueron algunos de los grandes referentes, sobre todo la derecha mundial, pero no estaban muy contentos. Y no lo estaban porque estos 20 años se dan en medio de una crisis capitalista de gran envergadura (…)

Pero quiero referirme al término inicial de la charla, aparte del pasado. La primera referencia que quiero hacer es a la naturaleza de aquellos Estados donde sus regímenes cayeron y se dio lugar al proceso de restauración capitalista. Yo creo que de todas las teorías que se han planteado respecto a la interpretación y a la definición primero de la URSS y luego de los Estados en donde, algunos producto de revoluciones desde abajo y otros producto de la intervención en frío del Ejército Rojo, fue la burguesía expropiada; la definición de Trotsky que luego extiende la Cuarta Internacional de “Estados obreros degenerados y deformados” es la que más pasó la prueba de la historia. Creo que ninguna de las teorías que se plantearon como alternativas pudo superar la prueba del año 1989. Hubo dos grandes teorías alternativas en la izquierda mundial, incluso de raíz trotskista (digo, para separar de las tesis del estalinismo que decían “esto es el socialismo”, “esto es el comunismo”): una fue la de capitalismo de Estado, que sostuvo un dirigente trotskista en su origen, Tony Cliff, y que también sostuvieron algunos intelectuales emparentados con el maoísmo como Charles Bettelheim. El primer problema que tenía esta tesis es que sostenía que la URSS expresaba la forma más acabada de una dinámica general del capitalismo, o sea que se daba tanto en el Este como en el Oeste un dominio por parte del Estado de las funciones de acumulación del capital. Y entonces frente a 1989 no hubo ningún cambio, o sea pasó una cuestión meramente de grado.

La segunda teoría más desarrollada fue la del colectivismo burocrático, que formuló por primera vez Bruno Rizzi, contra el que polemizó Trotsky discutiendo que esto no podía descartarse como hipótesis histórica, es decir que el mundo podía evolucionar hacia otro tipo de modo de producción opresivo pero que a fines de los ’30 definir esto era todavía avanzado. La teoría del colectivismo burocrático opinaba que había surgido un nuevo modo de producción explotador, que tendía a ser una dinámica de todo el mundo, o sea que los administradores tendían a ser los que dominaban y las relaciones de propiedad pasaban a ser un elemento secundario, y que en la URSS había surgido una nueva clase explotadora, cuyas características de explotación eran muchos más perfectas que la de la burguesía en occidente. En vez de tomar la definición de Trotsky de casta parasitaria, que tenía la enorme virtud de señalar la inestabilidad, que si esa casta no era derrocada por una revolución política iba a tratar de cristalizar sus privilegios en las relaciones burguesas de producción, que iba a encabezar ella misma el proceso restauracionista. Los teóricos de la nueva clase explotadora se vieron con el siguiente problema: tuvieron el problema de explicar por qué una nueva clase explotadora quiso transformarse en una vieja clase explotadora. Entonces estas teorías, desde nuestro punto de vista, se estrellaron contra el proceso de la restauración capitalista.

La definición de Trotsky, si uno la aísla, si se deja de tomar integralmente, lleva para cualquier lado. Si uno se queda sólo con lo de Estado obrero, y le saca lo de burocráticamente deformado, eso es un embellecimiento del estalinismo. Y si del otro lado deja de señalar que la nacionalización fue una conquista histórica de la expropiación de la burguesía, sólo se termina levantando programas democráticos en esos Estados (que si es por la superestructura política eran peores que muchos Estados capitalistas). Es decir que si no había que defender la nacionalización como una conquista, entonces teníamos que decir que eran Estados similares a los que tenía el nazismo. Por eso la definición trotskista es una definición integrada, que permitía levantar un programa para intervenir en la lucha contra la burocracia, que era el programa de la revolución política.

Fueron derrotados los intentos de desafiar desde abajo el movimiento obrero a la burocracia: en Berlín en 1953 (cuando los obreros plantearon “por un gobierno metalúrgico de toda Alemania” y fueron los tanques soviéticos a aplastarlos), en Hungría en 1956 (cuando se desarrollaron los consejos obreros contra la burocracia, señalando que sólo había que darle legalidad a los partidos que defiendan la nacionalización de los medios de producción), en Polonia en 1956 y 1970, en Checoslovaquia en 1968 (cuando el proceso fue aplastado por la entrada de los tanques soviéticos nuevamente). Esos intentos desde abajo fueron aplastados por la propia burocracia, que así ayudó a desacreditar al socialismo, y facilitó la política imperialista de cooptación de la disidencia.

Ahora, la definición sobre qué eran los Estados no bastaba para tener una política correcta frente a estos hechos. De hecho en el movimiento trotskista hubo dos grandes interpretaciones, a mi juicio equivocadas en lo central, aún en compañeros que coincidían en que esos eran Estados obreros burocráticos degenerados y deformados. Una tendencia planteó históricamente la confianza en la auto reforma de la burocracia (…). Y hubo otra tendencia que, aún adhiriendo a la interpretación de los Estados obreros burocráticamente deformados, transformó la política hacia esos estados en una lucha antitotalitaria. Lambert y Moreno planteaban un programa meramente democrático. En el caso de Moreno sostenía que la revolución política tenía dos etapas: una primera, que llamaban de febrero, antitotalitaria, donde había que marchar junto a los restauracionistas, casi sin diferenciarse programáticamente y que en el futuro se abriría la perspectiva de luchar por el programa ya directamente socialista que levantásemos los trotskistas.

Por eso la LIT levantó en 1989 el programa de unificación a secas de Alemania, sin plantear su carácter socialista, y en parte yo creo que eso llevó a la corriente morenista a estrellarse, a implosionar frente a los hechos del `89-`91. Porque si lo vemos desde el punto de vista antitotalitario, los regímenes totalitarios cayeron. El problema es que no cayeron por izquierda, terminaron cayendo por derecha. Es como si nosotros nos pusiéramos contentos porque empieza una movilización contra Moyano y toda la burocracia sindical, pero no la dirigimos desde la izquierda, es una rebelión espontánea porque odian a los burócratas como los odia la gran mayoría de la clase obrera, pero lo canalizan sectores de la burguesía que dicen “como odiamos a la burocracia, hay que liquidar a los sindicatos, ahora relación individual burgués-patrón”, y nosotros decimos “qué bárbaro, qué gran triunfo de las masas, volteamos a la burocracia”.

Es una discusión del pasado, pero que hace a problemas del presente, para ver cómo los revolucionarios nos situamos frente a la defensa de cada conquista. Porque nosotros no es eso lo que queremos hacer. Nosotros queremos una cosa completamente distinta a lo que era el régimen de dominio de la burocracia. (…) Entonces el estado de transición por el que nosotros luchamos es un estado infinitamente más democrático que cualquiera de los fenómenos que hayan existido. Nuestro antecedente es la democracia de los consejos que surgió en Rusia en 1917. Y ese es un punto programático que no sale de la nada. En las luchas que tenemos hoy por la coordinación del movimiento obrero, por la pluralidad de todas las tendencias, por enfrentar a la burocracia, por la democracia obrera en el seno de todas las organizaciones de los trabajadores, por la unidad de todos los sectores de la clase obrera, y métodos democráticos de deliberación y decisión de la base permanentemente; estamos preparando los consejos de mañana, estamos preparándonos para enfrentar a las burocracias de mañana. Cuando nuestros compañeros se opusieron a firmar en Kraft, contra el PCR que opinaba que pese a las asambleas hay que firmar cualquier cosa; o cuando nos enfrentamos a quienes dicen que ser dirigente es decidir sin consultar a la base y firmar ad referéndum, es la preparación para que en el Estado de los trabajadores de mañana tengamos mayores anticuerpos para enfrentar cualquier tendencia a la burocratización, que todo Estado obrero va a tener que enfrentar (salvo que se dé en alguno de los países capitalistas centrales, donde lo podrán enfrentar en mejores condiciones que en Estados atrasados).

Porque los partidos revolucionarios no surgen de la nada. Los Godoy no salen de la nada. Los compañeros como Hermosilla no salen de la nada. Los compañeros como Dellecarbonara no salen de la nada. La nueva vanguardia obrera que desafía a la burocracia se prepara estratégica y programáticamente. Sin un programa y una estrategia por los cuales luchar la gente se burocratiza, la gente no lucha hasta el final, no ve a la clase obrera de conjunto. Las tendencias de la realidad son al corporativismo, no a mirar a la clase obrera de conjunto, no a plantearse llevar la lucha del terreno corporativo al terreno de la lucha contra el gobierno, contra el Estado, al internacionalismo y a ver la clase de conjunto. Entonces tener claras las lecciones del pasado es lo mejor que podemos hacer para plantearnos el programa por el que queremos luchar. Y ese programa, que es el de la perspectiva de la revolución socialista nacional e internacional, ese programa es retomar la herencia de la tercera y la cuarta internacional, ese programa es plantearnos la lucha por un régimen de transición, basado en los soviets. Y ese programa plantea la necesidad de construir la herramienta revolucionaria para barrer a la burguesía nuevamente y emprender el camino nuevamente de la construcción de socialismo.

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