A la salida de la planta, los trabajadores se concentran a conversar y se los nota agobiados. “Estamos trabajando bajo mucha presión”, expresa uno de ellos; “ahora nos están obligando a hacer horas extras, cuando no hay ninguna obligación de hacerlo”, comenta otro joven obrero. La patronal está sintiendo también la lucha (y los más de 30 días de huelga), y presiona por más producción.
La fábrica está en orden
La coerción patronal por producir aumenta y se sostiene a través de la policía, que por lo mismo extiende la bronca como un mayor nerviosismo. “Muchos compañeros están sufriendo problemas psicológicos -comentan- y la tendinitis y los problemas físicos crecen, tanto como los pedidos de médico. El cuerpo no aguanta. Ahora, además de la policía, los líderes y la patota del sindicato, aparecieron tipos extraños, vestidos con ropa de trabajo que no tienen idea de qué se trata laburar, pero te vigilan que no parés ni un segundo.”
Estado de sitio
La policía sigue presente, y se acomodaron en el club de empleados (el quincho), donde armaron un cuartel con camas y colchones para unos 100 uniformados. “Adentro rige el estado de sitio -toma la palabra un obrero que acaba de salir-, hay como 300 policías, que se turnan junto a la caballería e infantería, la división perros y ahora agregaron esos policías camuflados de laburantes, que andan entre las líneas infiltrados”.
Afuera y adentro
En este marco ¿cómo está el ánimo?, preguntamos. “Hay mucha bronca, indignación e impotencia; sobre todo. Los compañeros quieren hacer cosas, pelear; no soportan la situación. Sin embargo, debemos actuar pensando, medir bien las respuestas. Coordinar las fuerzas de afuera y adentro; no responder de forma apresurada. Ellos también comienzan a tener problemas”.
Un par de sonrisas
“Sabemos que los están apretando desde los supermercados -comenta otro de los delegados despedidos-, exigiéndoles mercadería. Los tipos tienen compromisos que deben cumplir, sino desaparecen de las góndolas”.
Justo al lado del café donde estamos charlando, estaciona un camión de reparto que baja con un par de cajas de galletitas y alfajores de varias marcas. Le preguntamos sobre los de Terrabusi: “hace diez días que no llega nada de Kraft a la distribuidora”. Los trabajadores sonríen; el del camión también.
H.E.