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Internacionales

Elecciones en Irak

Bush y la "democracia" como legitimación de la ocupación imperialista

4 de febrero 2005

El 30 de enero se realizaron finalmente las elecciones en Irak para la Asamblea Nacional que tendrá a su cargo la elaboración de la constitución que será sometida a votación en octubre próximo. En lo inmediato, este cuerpo de 275 miembros nombrará a un gobierno transicional –un presidente, dos vicepresidentes que a su vez escogerán a sus ministros- que estará en funciones hasta fines de este año. La tarea más importante de este gobierno transicional será “restaurar la seguridad y la estabilidad” del país, colaborar con las tropas norteamericanas para reconstruir las fuerzas de seguridad locales y combatir la resistencia.
Según informa el diario The New York Times, durante la jornada electoral “los insurgentes realizaron 260 ataques, la cifra más elevada en un solo día desde que las tropas norteamericanas capturaron Bagdad hace casi 22 meses”, lo que incluye la caída de un avión Hércules de las fuerzas de elite británicas. Pero estas acciones estuvieron lejos de la perspectiva de que las elecciones fracasaran por la combinación de la violencia en las calles y el boicot impulsado por el Consejo de los Ulemas, la poderosa asociación de clérigos sunitas y por el principal partido político sunita el Partido Islámico, que se retiró de las elecciones luego del último ataque de los tropas imperialistas a la ciudad de Falluja en noviembre pasado.
La realización de las elecciones fue presentada rápidamente como un “triunfo” por el gobierno de Bush y sus aliados.
La prensa internacional, haciéndose eco de esta campaña, no tardó en hablar de las “primeras elecciones libres en cincuenta años”. Los líderes de Francia, Alemania y Rusia, que se habían opuesto a la guerra, saludaron la realización de las elecciones y las Naciones Unidas se encargaron de “certificar” la “autenticidad” del proceso electoral.
Pero más allá del porcentaje que concurrió a votar –según los informes de los ocupantes un 60% de los electores, en su abrumadora mayoría chiitas y kurdos, con una altísima abstanción en las zonas sunitas- las elecciones del 30 de enero en Irak fueron una farsa, organizadas por la ocupación militar imperialista y su gobierno títere del primer ministro Allawi, a la vez candidato favorecido por Estados Unidos. Durante la jornada electoral se reforzó al extremo el “estado de excepción” lo que implicó una presencia militar abrumadora, toque de queda, puestos de control y calles desiertas. El colmo fue que la identidad de los candidatos, a excepción de los miembros del actual gobierno y de otros reconocidos títeres de las fuerzas de ocupación que se postularon, no fue revelada por cuestiones de seguridad. 
El gobierno de Bush, muy cuestionado en la arena internacional por su política agresiva, venía perdiendo también apoyo interno para la ocupación militar de Irak. Como señala el diario Washington Post del 1-2-05, “En medio de una violencia incesante en Irak, con las bajas norteamericanas superando los 1400, el apoyo para la guerra en la opinión pública norteamericana continuaba cayendo. Sólo el 48% de los encuestados recientemente por el Pew Research Center for the People and the Press, respondió que pensaba que la guerra iba bien”.
Con el respiro que le dio la realización de las elecciones en Irak Bush buscará revertir esta situación. En su discurso anual ante el Congreso, conocido como el “estado de la unión”, el presidente Bush usó las elecciones en Afganistán, en los territorios palestinos y recientemente en Irak como ejemplos rutilantes de la “democracia” y la “libertad” que guiarían la intervención militar norteamericana. Bush insistió que “La victoria de la libertad en Irak fortalecerá a un nuevo aliado en la guerra contra el terror, inspirará a otros reformadores demócratas desde Damasco a Teherán”, lanzando a continuación una amenaza contra los gobiernos de Siria e Irán, a los que considera “promotores del terrorismo” en Medio Oriente. 
Pero es dudoso que la euforia inicial pueda sostenerse en el tiempo. Según la editorial del 2 de febrero del diario NewYork Times, “hay muchas formas en que las cosas pueden salir, muy pero muy mal. Por ejemplo, la nueva mayoría chiita que se hizo con el poder podría ‘sobreextenderse’ y en lugar de tratar de construir coaliciones inclusivas, podría intentar imponer una legislación religiosa a los iraquíes seculares y un control centralizado sobre las regiones minoritarias. Los kurdos, en lugar de confiar en la democracia para garantizar sus derechos en un estado iraquí unificado, podrían renovar su impulso histórico hacia un kurdistán separado, fracturando Irak y alimentando las ansiedades en países vecinos, en primer lugar Turquía, que tienen importantes minorías kurdas”. Y concluye que “incluso si todo sale extremadamente bien, los próximos meses estarán bajo fuertes tensiones, haciendo de este justamente el peor momento para que Estados Unidos fije un calendario de retiro de tropas como piden algunos demócratas.”
Aunque la constitución de un gobierno local podría darle un barniz de legitimidad a la ocupación, Estados Unidos sigue enfrentando una situación compleja en Irak y todavía no está claro si del proceso electoral surgirá un gobierno pronorteamericano que garantice la estabilidad o por el contrario, la pelea por las cuotas de poder, profundizará las divisiones étnicas y religiosas y la perspectiva de enfrentamientos y extensión de la resistencia. 

Las paradojas de un futuro gobierno chiita 

Aunque oficialmente se dice que habrá que esperar hasta al menos el 10 de febrero para que termine el recuento de votos, el verdadero resultado será el producto de las negociaciones que ya están avanzadas entre los kurdos, la lista del actual primer ministro, Iyad Allawi, compuesta por chiitas laicos, y la lista auspiciada por el gran ayatola Ali Sistani, la Alianza Unida Iraquí, que reúne a los dos principales partidos chiitas –Dawa y el Consejo Supremo de la Revolución Islámica-, ambos con una importante relación con Irán (el mismo Sistani es ciudadano iraní). Aunque los chiitas iraquíes han manifestado su oposición a establecer un gobierno teocrático, al estilo iraní, y los clérigos son una ínfima minoría entre los miembros electos a la Asamblea Nacional, la influencia de Irán es innegable. Según un analista del diario británico The Guardian, “la victoria chiita fue casi una victoria para Irán, cuyos líderes, a diferencia de Bush, no reclamaron crédito por esta. El gobierno chiita iraní ha invertido más de mil millones de dólares en partidos políticos, organizaciones y medios chiitas iraquíes”, y agrega que esto ha causado alarma en la región, por ejemplo “el rey Abdullah de Jordania, advirtió sobre la formación de una “medialuna chiita” dominada por Irán, y que se extendería a través de Irak hasta el sur del Líbano. Los gobiernos de Arabia Saudita y Egipto reflejaron también esta ansiedad sobre la influencia iraní en Irak”. (3-2-05)
Los clérigos chiitas han colaborado con la ocupación militar a cambio de quedarse con el control del futuro gobierno. Esto incluyó la presión del propio Sistani, uno de los principales sostenedores de la ocupación norteamericana, que le impuso a Estados Unidos estas elecciones donde estaba garantizado un triunfo chiita.
Pero mientras los líderes religiosos y políticos de la comunidad chiita han sostenido la ocupación, permitiendo incluso masacres como las de Falluja, este sector de la población de Irak tiene importantes ilusiones en que las elecciones pondrán fin a la ocupación, punto que figuraba en las plataformas electorales de los partidos chiitas. Como plantea el periodista Robert Fisk, “los chiitas en las elecciones epxresaron con una sola voz que votaron para liberar a Irak de los norteamericanos no para legitimar su presencia”.
Sin embargo, en lo que tanto la Alianza Unida Iraquí como la llamada Lista Chiita de Allawi tienen total acuerdo es en la necesidad de la permanencia de las tropas imperialistas para combatir a la resistencia, en la cual el grupo de de Al Zarqawi, supuestamente ligado a Al Qaeda, es sólo un sector minoritario. Incluso un alto dirigente del partido Dawa advirtió “que podría haber una guerra civil si las tropas norteamericanas se retiran prematuramente” (NewYork Times, 2-2-05).
Es que ni los más entusiastas defensores de la política de Bush creen que las elecciones pondrán fin a la insurgencia, al contrario muchos piensan que el aislamiento de la minoría sunita del poder y la prolongación de la ocupación militar podría engrosar las filas de la resistencia.
A partir de las elecciones en Irak Bush intentará darle un nuevo impulso a su política en Medio Oriente, tratando de que los gobiernos “electos” como el de Irak o el de Abbas en los territorios palestinos se comprometan en el “combate contra el terrorismo”, es decir, contra las expresiones radicalizadas de resistencia contra la sumisión y la opresión colonial.
Esto hace más urgente profundizar y extender la movilización internacional contra la ocupación imperialista en Irak. Lamentablemente el movimiento antiguerra que había protagonizado manifestaciones de millones en todo el mundo, luego de la victoria militar del imperialismo, no ha realizado acciones de masas contra la ocupación y por el triunfo de la resistencia iraquí, incluso haciéndose eco algunos de sus referentes de los argumentos “democráticos” con que se pretende recubrir la ocupación militar. Más que nunca es necesario volver a tomar el camino de la movilización para derrotar al imperialismo en Irak y expulsarlo de todo Medio Oriente.
 
 
 

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