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Bergoglio encubrió, Francisco calla

Los casos de curas abusadores y pedófilos son noticias diarias. Pero hace un par de semanas sucedió algo inédito en nuestro país: un fallo judicial obligó a la Iglesia Católica a indemnizar a dos víctimas, un joven y su madre, por los abusos sexuales cometidos en 2002 por el sacerdote Rubén Pardo.

Daniel Satur

9 de mayo 2013

Los casos de curas abusadores y pedófilos son noticias diarias. Pero hace un par de semanas sucedió algo inédito en nuestro país: un fallo judicial obligó a la Iglesia Católica a indemnizar a dos víctimas, un joven y su madre, por los abusos sexuales cometidos en 2002 por el sacerdote Rubén Pardo. En su momento las autoridades eclesiásticas, pese a que el cura había confesado el abuso, sólo le aplicó una “amonestación canónica” por violar el sexto mandamiento, que dicta no cometer adulterio ni actos que alteren la castidad. Lejos de ser expulsado de la Iglesia por sus delitos, lo trasladaron a otras diócesis para “preservarlo” de la comunidad que lo conoció de cerca. Murió impune el 10 de junio de 2005.

La familia de Gabriel, el joven abusado, estuvo muchos años vinculada a la Iglesia. La abuela se ocupaba de la santería en una capilla de Quilmes; la madre fue catequista y docente en una escuela que depende de la diócesis de la misma ciudad. Gabriel, como sus dos hermanos, estudió en colegios religiosos y colaboraba con los párrocos en las misas. Serían las altas esferas de esta misma Iglesia las responsables de cometer un vil crimen: proteger al cura pedófilo y acusar a Gabriel y su familia de extorsión. El abuso sexual ocurrió en agosto de 2002 en la Casa de Formación de la Iglesia Católica de Berazategui, que pertenece al Obispado de Quilmes. Gabriel tenía entonces 14 años. Hoy ya es mayor y, al conocerse el fallo reciente, en distintas entrevistas periodísticas relató que aquella noche fue de terror para él. “Entré llorando a mi casa, asustado, en crisis, y le conté lo que me había pasado a mi mamá. Me escapé cuando el tipo estaba dormido. No sé cómo saqué coraje para escaparme. Tenía mucho miedo. Ni podía pensar en ese momento”, relató sobre el instante posterior a que Pardo abusara de él después de invitarlo a dormir a su habitación en la iglesia.

Cuando se supo el hecho, al cura lo trasladaron a la Vicaría de Flores. Pero lejos de sancionarlo lo pusieron a “confesar” a chicos en escuelas primarias. Él y su mamá recibieron sólo injurias por parte de las autoridades eclesiásticas. En la escuela les dieron la espalda. Se sintieron solos. Persistieron. Presentaron una denuncia judicial, pero el expediente “se perdió”. En ese momento Gabriel intentó suicidarse, estuvo quince días internado. Su vida desde entonces transcurrió entre querellas, asistencia psicológica, pero también en su formación universitaria.

Francisco, el cínico

Pardo, el cura abusador, tuvo mejor suerte y recibió la “misericordia” de sus pares. Se fue a vivir a la Vicaría de Flores, bajo la órbita del Arzobispado de Buenos Aires cuyo titular era monseñor Jorge Bergoglio, el actual jefe de la Santa Sede, a quien bien podríamos llamarlo “Francisco el cínico”.

En su última homilía, como si estuviera tomándole el pelo a Gabriel y su familia, el Papa exhortó a cuidar de los niños. "Quisiera asegurar (a las personas víctimas de abusos, NdR) que están presentes en mis oraciones, pero quisiera también subrayar con fuerza que debemos comprometernos todos para que todas las personas, y en particular los niños, que son uno de los grupos más vulnerables, sean siempre protegidos y defendidos".
Pero el “Santo Padre” es sólo uno más dentro de la institución que dirige, la que tiene en su prontuario el haber naturalizado (justificándolo como una “desviación” propia del celibato de curas y obispos) uno de los actos más aberrantes contra los niños: el abuso sexual y la violación.
Justamente la designación de Bergoglio como Papa está vinculada a que la Iglesia necesitaba reemplazar a Ratzinger por un candidato que no estuviera manchado por alguno de estos delitos. Si Bergoglio resultó ser el mejor, bien podemos imaginarnos cómo era el resto.

El papa Francisco tiene la tarea de lavarle la cara a una Iglesia
desprestigiada por los escándalos sexuales protagonizados por miles de curas alrededor del mundo, sumados a los turbios negociados financieros del Vaticano. Los casos de abusos sexuales contra niños son tantos que, por ejemplo, la diócesis de Boston tuvo que pagar millones de dólares a las víctimas de curas pederastas que, al animarse, denunciaron algunos de los 5.000 casos estimados en esa ciudad estadounidense. Esta es una de las causas de que la Iglesia Católica se encuentre en una de las peores crisis de su historia.

Más allá de saber que esta práctica es cotidiana entre aquellos que hipócritamente se entregan al celibato, no deja de sorprender la cantidad de niños vulnerados en su inocencia. Alrededor del mundo hay una cifra incalculable de víctimas. Es aún más doloroso saber que hay muchos que jamás se animaron o pudieron denunciar lo que padecieron y continúan padeciendo en la adultez. Los traumas por vejaciones sexuales son muy difíciles de superar, más aún cuando son cometidas por los “garantes” de la moral y del cuidado de los púberes.

En una entrevista Gabriel dijo con claridad que “esas vivencias te cambian el carácter. Me hizo más desconfiado. No te digo que vivía con miedo, porque con el tratamiento psicológico y el apoyo de mi familia logré superarlo, pero me sentía desprotegido. Durante largo tiempo tuve pesadillas, no podía dormir. Fue una vivencia muy cruda, muy fuerte. Es algo de lo que me voy a acordar toda la vida. Sentía vergüenza de lo que podían llegar a pensar los demás. Por eso hay mucha gente que no se anima a contar que fue abusada. Con el tratamiento terapéutico te das cuenta, lo superás, entendés que no sos culpable, que estas cosas pasan porque hay gente pervertida”.

La Cámara de Apelaciones de Quilmes confirmó la sentencia que condenó al Obispado de Quilmes a pagar una indemnización por encontrarse responsable de los actos de pedofilia que cometiera un cura de su diócesis. Que esta Justicia de clase, patriarcal, machista, occidental y cristiana haya fallado una vez en favor de las víctimas, podría ser considerado un milagro. Pero no, es producto concreto de una lucha incansable de Gabriel y su familia, los mismos que fueron casi condenados al infierno por Francisco y sus aliados.

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