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Claves N° 3

ESTADOS UNIDOS

Al fin de la era Bush

Con sólo tres estados pendientes para realizar sus elecciones primarias –South Dakota, Montana y Puerto Rico- la carrera presidencial del Partido Demócrata parece haberse definido a favor de Barack Obama.

Claudia Cinatti

29 de mayo 2008

Con sólo tres estados pendientes para realizar sus elecciones primarias –South Dakota, Montana y Puerto Rico- la carrera presidencial del Partido Demócrata parece haberse definido a favor de Barack Obama. Hasta el momento ha conseguido la mayoría de los delegados surgidos del voto en elecciones primarias y caucus y también de los llamados “superdelegados” -senadores, ex presidentes y figuras del establishment del partido que tienen poder de veto sobre el “voto popular” y que componen aproximadamente el 20% de la Convención demócrata que nominará a la fórmula presidencial.

A pesar de que hay una fuerte campaña mediática para que Hillary Clinton se retire de la contienda, ya que la “interna sin fin” perjudica las perspectivas electorales del Partido Demócrata profundizando su división interna, la senadora por Nueva York se niega a renunciar a su candidatura, aunque sus posibilidades de conseguir la nominación son casi nulas. Según la mayoría de los analistas, las razones de Hillary responderían a dos estrategias:

1) tratar de ganar el “voto popular” en las tres primarias que quedan y estar mejor posicionada como la única candidata que puede ganar la elección de noviembre frente al republicano John McCain, buscando definir a su favor a los superdelegados que aún no se han pronunciado por ninguno de los dos precandidatos, teniendo en cuenta que el perfil de su base electoral en las primarias sobre todo de trabajadores y clase media de bajos ingresos le dio el triunfo en los estados más grandes. Sin embargo, a esta altura esto parece una misión imposible: los “clanes” decisivos del Partido Demócrata prácticamente se han alineado detrás de Obama –desde familias ilustres como los Kennedy, pasando por Bill Richardson, gobernador de Nuevo México y uno de los principales referentes latinos, hasta los sectores ligados a las grandes corporaciones. La única ventaja que conservaba Clinton era el apoyo de 13 importantes sindicatos nacionales afiliados a la AFL-CIO, contra sólo 7 de Obama. Sin embargo, esta ventaja podría relativizarse con el apoyo que le ha dado John Edwards a su candidatura.

2) Conservar la cuota de poder dentro del partido, que comparte con su marido, el expresidente Bill Clinton, y quedar ya sea como una figura de reserva en caso de que una posible presidencia de Obama, por las dificultades que enfrenta tanto en el frente interno como en la política exterior, sea un fracaso y ponga en riesgo la continuidad demócrata en el poder. Las otras posibilidades es consolidarse como jefa del Senado o incluso ir como vicepresidente de Obama. No faltan las teorías conspirativas que afirman que los Clinton estarían apostando a una derrota de Obama frente a McCain para volver con más fuerza en las próximas elecciones de 2012.

Aunque cuenta con la ventaja de no tener aún competencia, el candidato oficialista John McCain no logró hasta ahora revertir la sensación generalizada de la necesidad de un cambio luego de 8 años de poder republicano. Su campaña carga con el lastre de la decadencia de la presidencia de Bush. En el terreno electoral este estado de ánimo ya se expresó en la derrota conservadora en las elecciones de medio término en 2006, en las que los demócratas ganaron la mayoría en ambas cámaras del Congreso. En las últimas semanas, en las elecciones especiales para la Cámara de Representantes realizadas en Louisiana, Illinois, los republicanos perdieron ambas bancas que ocupaban desde hace dos y tres décadas respectivamente.

Según las últimas encuentas de Gallup, un 67% de norteamericanos desaprueban al presidente Bush. Cuando la medición es por partidos, sólo un 33% tiene una visión favorable del Partido Republicano, contra un 52% que ve bien al Partido Demócrata (CBS News, 28 de abril de 2008). Estas cifras son las más bajas para un presidente desde que Richard Nixon tuvo que renunciar en 1974 en medio del escándalo de Watergate1.

Es muy pronto para descartar que McCain logre movilizar al voto republicano e incluso consiga el apoyo electoral de los sectores más conservadores de los demócratas, los que en 1980 le dieron el triunfo a Reagan, sobre la base de atacar los valores “liberales” y de acusar a los demócratas de tener una política débil para defender la seguridad de Estados Unidos. Sin embargo, la victoria republicana en noviembre parece cada vez menos probable. Mientras que en los países de la Unión Europea la derecha conservadora ganó 9 de las últimas 10 elecciones, todo indicaría que Estados Unidos estaría expresando una tedencia inversa, empujada por los síntomas del inicio de la recesión económica, el desastre de las guerras de Irak y Afganistán y la desilusión con las políticas de los neoconservadores después de ocho años de gobierno. Esta expectativa de un cambio reformista, alimenta la ilusión de que un gobierno demócrata pueda devolver algo de la ayuda estatal a los sectores sociales más vulnerables y termine con la sangría de la ocupación de Irak.

Bush y la decadencia del imperio

Lo cierto es que, más allá de quién termine imponiéndose en las elecciones presidenciales de noviembre, tendrá que lidiar con una pesada herencia tanto en la política exterior como en el plano doméstico.
En el terreno interno, el estallido de la burbuja inmobiliaria y la recesión económica está llevando a más norteamericanos a perder sus casas, sus empleos, su posibilidad de consumo y a no pocos directamente a la pobreza.

En el plano externo, el deterioro de la posición norteamericana en el mundo parece no tener fin: la guerra de Irak y Afganistán, la crisis en el Medio Oriente, la suba de los precios del petróleo y la emergencia de actores regionales que desafían el dominio norteamericano, son los signos que han llevado a un sector importante del establishment político a apoyar a Obama como expresión de un cambio en la política norteamericana.

La estrategia neoconservadora de conquistar un “nuevo siglo americano” a través de la guerra preventiva y el unilateralismo, ha fracasado completamente. La guerra y ocupación de Irak, que supuestamente iba a rediseñar el mapa del Medio Oriente a favor de los intereses de Estados Unidos y sus aliados, principalmente el Estado de Israel, ha tenido consecuencias ruinosas para la política exterior norteaemericana, debilitando aún más su posición en el mundo. Al contrario del efecto buscado, fortaleció a uno de los principales enemigos de Estados Unidos en la región, el régimen teocrático de Irán, que se ha vuelto una pieza clave para mantener la estabilidad en Irak. La invasión a otros pueblos y la política imperialista agresiva llevó al antinorteamericanismo a sus puntos más altos no sólo en Medio Oriente sino también en América Latina.

¿La vuelta al “multilateralismo”?

Las usinas ideológicas del imperialismo discuten públicamente si ha llegado a su fin la “era norteamericana” y cómo preservar la posición privilegiada de potencia dirigente de Estados Unidos en un mundo con muchos desafíos para el liderzgo norteamericano. En ese sentido, Richard Haas, director del Council on Foreign Relations, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, plantea que el “momento unipolar” del dominio incuestionado fue un breve tiempo histórico de no más de 15 años que ha quedado atrás y que el mundo se dirige claramente a un sistema “no polar”, en el cual Estados Unidos ya no tiene la fuerza para dirigir y controlar a las entidades estatales y no estatales entre las que se ha distribuido el poder mundial. Según esta influyente figura de la política exterior, aunque Estados Unidos conserva cierta fortaleza –ser todavía la mayor economía nacional del mundo, contar con el presupuesto militar más elevado y ser el principal centro de poder- esto “no debería ocultar la declinación relativa de la posición de Estados Unidos en el mundo, y junto con su declinación relativa en el poder, una declinación absoluta en su influencia e independencia”. Esta declinación tiene su base en el retroceso no sólo político sino del peso económico de Estados Unidos. Como plantea Haas “La porción norteamericana en las importaciones globales ya cayó al 15%. Aunque el PBI norteamericano representa más del 25% del total mundial, este porcentaje declinará en el tiempo dada la diferencia real y proyectada de la tasa de crecimiento de Estados Unidos y los gigantes asiáticos y otros países, gran parte de los cuales están creciendo a una tasa dos o tres veces mayor que la de Estados Unidos”. A esto se le sumarían otros indicios de pérdida de dominio económico, como por ejemplo “el incremento de los fondos soberanos de países como China, Kuwait, Rusia, Arabia Saudita y los Emiratos ˜árabes Unidos” y la “debilidad del dólar contra el euro y la libra británica” 2.

Esta “no polaridad” se expresa en la emergencia de nuevos actores y potencias regionales que tienen un mayor margen de maniobra política y se oponen abiertamente a Bush, como por ejemplo Hugo Chávez en América Latina o Putin en Rusia y su zona de influencia, además de Irán.
El fracaso neoconservador explica que gran parte de la clase dominante y de la elite política apoye a Obama en un intento de cambiar el rostro de Estados Unidos en el mundo y recuperar terreno perdido en base a una estrategia “multilateral”.

No casualmente entre sus asesores de política internacional se encuentra el ex Asesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brezinski. Esto tiene distintas lecturas. Aunque la situación no es comparable con la derrota norteamericana en la guerra de Vietnam que signó el período presidencial de Carter, es evidente que se espera que la próxima presidencia administre una herencia muy difícil y enfrente desafíos importantes. A la vez, indica que se espera un cambio de política que permita ganar aliados para una salida más decorosa de Irak, desactivar algunos conflictos agudos en el Medio Oriente, recuperar protagonismo en América Latina y por esta vía, recrear las condiciones favorables al dominio norteamericano.

La visita del ex presidente Carter a los territorios ocupados y su reunión con dirigentes de Hamas fueron interpretados como adelantos de lo que sería una nueva política exterior. En el mismo sentido van las declaraciones de Obama de que si fuera electo presidente cambiaría la política hacia Cuba, flexibilizando el bloqueo, tendría una línea de negociación con el régimen iraní y una política de diálogo con Hugo Chávez, entre otras.

Sin embargo, no está garantizado el éxito de esta política más “multilateral” ni que Estados Unidos logre una cooperación mayor de otras potencias, principalmente de la Unión Europea, en temas conflictivos que requieran un mayor compromiso militar o que estallen contradicciones económicas importantes entre las potencias imperialistas, poniendo límites a este cambio.

Recesión y “seudopopulismo”

Aunque pueden pasar algunos meses hasta que se anuncie oficialmente, nadie pone en duda que la economía norteramericana está en recesión, probablemente desde el último trimestre de 2007.
Las consecuencias ya se empezaron a sentir. Con la crisis de las hipotecas aún en sus inicios, en ciudades mayormente obreras y de bajos ingresos como Detroit, miles ya tuvieron que abandonar su vivienda. Para el año 2009 se estima que perderán su vivienda 2 millones de familias.

De la quiebra de bancos y el mercado inmobiliario, la crisis ya golpea al mercado de trabajo. Hasta el momento la tasa de desempleo subió del 4,4% en marzo de 2007 al 5,1% en marzo de 2008.

El salario real cayó entre un 0,7 y un 1% en la última medición del mes de abril, el séptimo mes consecutivo en el que el salario es superado por la inflación3. La caída mayor es en el salario semanal, dado que las patronales vienen recortando las horas de trabajo. Según un informe del Departamento de Trabajo, citado por el diario The New York Times, en marzo de este año había alrededor de 5 millones de trabajadores en condiciones de empleo part time, ya sea porque no consiguen un empleo a tiempo completo o porque las empresas decidieron recortar el horario y el salario. El informe señala que “la última vez que este índice avanzó en un terreno negativo fue en frebrero de 2001, cuando la economía estaba a las puertas de una recesión. Una caída similar se dio en agosto de 1990, un mes antes de lo que se demostró luego como una desaceleración aún más severa”4.

Frente a esto los demócratas, primero Clinton y luego Obama, han adoptado un programa para atraer el voto obrero y de los sectores de menores ingresos. Esto, al igual que la revisión parcial a los tratados de libre comercio, son algunas de las medidas que han aparecido en la campaña para disputar el voto de los trabajadores. Incluso Obama hizo estos anuncios en la puerta de la fábrica General Motors en Janesville, ante una importante audiencia obrera, el pasado febrero. Pero lo que la prensa observa con preocupación y tilda de “populismo” o incluso “guerra de clases” (sic), no son más que algunas medidas mínimas como por ejemplo la suspensión de las ejecuciones de hipotecas por 90 días, la creación de un fondo para deudores hipotecarios, la reversión de la política impositiva de Bush, la extensión de los beneficios de salud y educación y una inversión estatal de 60.000 millones en las próximos 10 años para obras de infraestructura.

Evidentemente este plan está muy lejos de las pretensiones “keynesianas” de los que lo comparan con el New Deal de los años de Roosevelt, y menos aún pone en cuestión en lo más mínimo las fabulosas ganancias de las corporaciones norteamericanas. El propio Obama ha desalentado estas expectativas reivindicando a Ronald Reagan, nada menos que quien derrotó al proletariado y lanzó la ofensiva neoliberal cuyas consecuencias aún hoy pesan sobre los trabajadores norteamericanos. Por si quedara alguna duda, baste repasar la lista de donantes de la campaña de Obama, cuyos fondos superan no sólo a los de Clinton sino también a la campaña de McCain, entre los que se encuentran importantes lobbistas y firmas como Goldman Sachs y JP Morgan Chase5.

El “fenómeno Obama”: la ilusión progresista del mal menor

Barack Obama se ubicó desde el inicio de su campaña como el “candidato para el cambio” y despertó la simpatía y el entusiasmo no sólo de la comunidad afroamericana, sino también de miles de jóvenes de entre 18 y 29 años, a los que la prensa llama la “generación O”, en su gran mayoría activistas del movimiento antiguerra y por la defensa de las libertades democráticas atacadas por el gobierno de Bush.

Obama buscará extender las expectativas del “cambio” a otros sectores que no constituyen tradicionalmente su base demográfica de afroamericanos, jóvenes y clase media educada y de buen nivel de ingresos. Con el apoyo de Richardson buscará pelear el voto de los hispanos despertando ilusiones en que un gobierno demócrata ponga freno a las medidas brutales y las deportaciones contra los inmigrantes.
Para el amplio arco “progresista” que se reclama heredero de los movimientos sociales -como el de los derechos civiles de la década de 1960 o el movimiento contra la guerra de Vietnam- la campaña por el voto a Obama es la continuidad de esas luchas en el terreno electoral.

Sin embargo, estas ilusiones llevarán tarde o temprano a una crisis. No sólo Obama no se define como “progresista” y es parte de la maquinaria del Partido Demócrata, sino que, a medida que se acerca el momento de hacer la campaña para pelear la presidencia, tiende cada vez más a abandonar la retórica “centro izquierdista” y a girar más al centro del espectro político, para atraer los votos de los sectores más conservadores que no tienen confianza en que podrá ser el jefe del imperio americano. Como muestra valga el incidente con su pastor, el reverendo Wright cuyo único “exabrupto” fue denunciar el racismo de la sociedad norteamericana y el precio de las políticas imperialistas de Estados Unidos.

A pesar de las expectativas que despierta que por primera vez un afroamericano tenga la posibilidad cierta de ser presidente de Estados Unidos, la realidad es que Obama no representa los intereses de los trabajadores, de los negros empobrecidos o de los jóvenes que aspiran a poner fin a la ocupación de Irak. Al contrario, representa los intereses de un sector de los capitalistas que considera que esta vez los demócratas defenderán mejor los intereses del imperialismo norteamericano.

La estrategia del “mal menor” es lo que le ha permitido al Partido Demócrata actuar como contenedor de las tendencias progresistas y de los trabajadores y mantener el régimen del bipartidismo que genera ilusiones de “cambio” a través de la alternancia en el poder.

Pero también las expectativas frustradas en el marco de las penurias de la crisis económica pueden llevar al desarrollo de nuevos procesos políticos y sociales. En esas circunstancias surgirá la necesidad de que los trabajadores norteamericanos rompan con los partidos de sus explotadores, conquisten su independencia política y sean capaces de construir una poderosa alianza de los oprimidos -desocupados, latinos y negros- y los jóvenes que sea capaz de enfrentar a la burguesía y su estado imperialista.

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