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León Trotsky

AUTOBIOGRAFÍ

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20 de agosto 2013

AUTOBIOGRAFÍ

1937

En sus conclusiones finales del 28 de enero, Vishinsky dijo: “Trotsky y los trotskistas siempre han sido los agentes del capitalismo en el movimiento obrero”. Vishinsky denunció “el rostro del trotskismo real y genuino; este viejo enemigo de obreros y campesinos, este viejo enemigo del socialismo, el leal servidor del capitalismo”. Pintó la historia del “trotskismo que pasó sus más de treinta años de existencia preparándose para su conversión final en un desprendimiento del fascismo, en uno de los departamentos de la policía fascista”.

Mientras que los publicistas extranjeros de la GPU (en las publicaciones como Daily Worker2, New Masses3, etc.) gastan sus energías en intentar explicar, con la ayuda de hipótesis y analogías históricas finamente hiladas, cómo un marxista revolucionario puede transformarse en fascista en la sexta década de su vida, Vishinsky aborda la cuestión de manera totalmente distinta: Trotsky siempre ha sido un agente del capitalismo y un enemigo de los obreros y campesinos; durante treinta y tantos años se ha estado preparando para convertirse en agente del fascismo.

Vishinsky dice lo que dirán los publicistas del New Masses, aunque sólo más tarde. Es por eso que prefiero dirigirme a Vishinsky. A las afirmaciones categóricas del fiscal de la URSS, opongo los hechos igualmente categóricos de mi vida. Vishinsky se equivoca cuando habla de mis treinta años de preparación para el fascismo. Los hechos, la aritmética, la cronología así como la lógica, no son, en general, los puntos fuertes de esta acusación. De hecho, el mes pasado marcó los cuarenta años de mi participación incesante en el movimiento obrero bajo las banderas del marxismo.

A los dieciocho años, organicé en forma ilegal la “Unión Obrera del Sur de Rusia”, que sumaba más de 200 trabajadores. Con la ayuda de un hectógrafo, editaba un periódico revolucionario, Nasche Delo [Nuestra Causa].

En el momento de mi primer exilio a Siberia (1900-1902), participé de la creación de la “Liga Siberiana de Lucha por la Emancipación de la Clase Trabajadora”. Luego de mi huida al extranjero, me uní a la organización socialdemócrata Iskra, encabezada por Plejanov, Lenin y otros. En 1905, asumí tareas dirigentes en el primer Soviet de Diputados Obreros de Petersburgo.

Pasé cuatro años y medio en la cárcel, fui exiliado dos veces a Siberia, en donde pasé alrededor de dos años y medio. Me escapé dos veces de Siberia. Durante dos períodos, pasé alrededor de doce años en el exilio bajo el zarismo. En 1915, en Alemania, fui condenado a prisión en rebeldía por actividades contra la guerra. Fui expulsado de Francia por el mismo “crimen”, detenido en España, e internado por el gobierno británico en un campo de concentración canadiense.

Fue de esta manera que realicé mi función de “agente del capitalismo”. El cuento de los historiadores estalinistas de que fui menchevique hasta 1917 es una de sus acostumbradas falsificaciones. Desde el día en que el bolchevismo y el menchevismo se definieron política y organizativamente (1904), permanecí formalmente por fuera de ambas fracciones, pero tal como lo demuestran las tres revoluciones rusas, mi línea política, a pesar de conflictos y polémicas, coincidió en todos sus aspectos fundamentales con la línea de Lenin.

El desacuerdo más importante entre Lenin y yo en aquellos años era mi esperanza de que a través de la unificación con los mencheviques, la mayoría de estos últimos podrían ser empujados al camino de la revolución. Sobre esta candente cuestión, Lenin tenía toda la razón. Sin embargo, hay que recordar que en 1917 las tendencias hacia la “unificación” eran muy fuertes entre los bolcheviques. El 1° de noviembre de 19174, en la reunión de Comité del partido de Petrogrado, Lenin señaló al respecto: “Trotsky ha dicho hace ya bastante tiempo que el acuerdo era imposible. Trotsky lo ha comprendido y, desde entonces, no ha habido mejor bolchevique que él”.

Desde fines de 1904, defendí la visión de que la revolución rusa sólo podía desembocar en la dictadura del proletariado, que a su vez debía llevar a la transformación socialista de la sociedad, tras el desarrollo victorioso de la revolución mundial. Una minoría de mis adversarios actuales consideraba fantástica esta perspectiva hasta abril de 1917, y la catalogaron hostilmente de “trotskismo”, oponiéndole el programa de la república democrático-burguesa. En cuanto a la mayoría aplastante de la burocracia actual, no respaldaron el poder soviético hasta después del final victorioso de la guerra civil. Durante mis años de exilio, participé del movimiento obrero de Austria, Suiza, Francia y los Estados Unidos. Recuerdo con gratitud mis años en el exilio; me dieron la posibilidad de acercarme a la vida de la clase obrera mundial y de hacer que el internacionalismo pase de ser un concepto abstracto para convertirse en la fuerza motora del resto de mi vida.
Durante la guerra, primero en Suiza y luego en Francia, hice propaganda contra el chovinismo que consumía la II Internacional. Durante más de dos años publiqué en París, bajo la censura militar, un diario ruso, en el espíritu del internacionalismo revolucionario. En esta labor estuve en contacto estrecho con los elementos internacionalistas de Francia, y participé, junto con sus representantes, de la conferencia internacional de los opositores al chovinismo en Zimmerwald (1915). Seguí haciendo el mismo trabajo durante mi estadía de dos meses en los Estados Unidos.

Al llegar a Petrogrado (el 5 de mayo de 1917) del campo de concentración canadiense en donde les había enseñado las ideas de Liebknecht y Luxemburg a los marineros alemanes encarcelados, participé directamente de la preparación y organización de la Revolución de Octubre, en particular durante los cuatro meses decisivos en que Lenin se vio obligado a ocultarse en Finlandia. En 1918, en un artículo en el que su tarea consistía en limitar lo que había sido mi papel en la Revolución de Octubre, Stalin sin embargo se vio obligado a escribir:

Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se efectuó bajo la dirección inmediata de Trotsky, presidente del Soviet de Petrogrado. Puede decirse con seguridad que la adhesión de la guarnición al Soviet y la hábil organización del trabajo del Comité Militar revolucionario se los debe el partido, ante todo y sobre todo, al camarada Trotsky (Pravda N° 241, 6 de noviembre de 1918)5.

Esto no le impidió a Stalin escribir seis años más tarde:

El camarada Trotsky, hombre relativamente nuevo para nuestro partido, durante el período de Octubre no jugó ni pudo jugar ningún papel particular ni en el partido ni en la insurrección de Octubre ( J. Stalin, Trotskismo o leninismo, pp. 68-69)6.

En la actualidad, la escuela de Stalin, con la ayuda de sus propios métodos científicos, con los que son educados tanto el tribunal como la fiscalía, considera incuestionable que no dirigí la Revolución de Octubre sino que me opuse a ella. Sin embargo, estas falsificaciones históricas no tienen nada que ver con mi autobiografía, sino con la biografía de Stalin. Luego de la Revolución de Octubre, fui funcionario durante cerca de nueve años. Participé directamente en la construcción del Estado soviético, en la diplomacia revolucionaria, el Ejército Rojo, la organización económica y la Internacional Comunista. Durante tres años, comandé directamente la guerra civil. Para esta ardua tarea, me vi obligado a recurrir a medidas drásticas.

Por ellas asumo plena responsabilidad ante la clase obrera mundial y ante la historia. La justificación de las medidas rigurosas se hallaba en su necesidad histórica y en su carácter progresivo, en su correspondencia con los intereses fundamentales de la clase obrera. A todas las medidas represivas dictadas por las condiciones de la guerra civil las he llamado por su nombre, y las he expuesto públicamente ante las masas trabajadoras. No tengo nada que ocultarle al pueblo, tampoco tengo nada que ocultarle hoy a la Comisión.

Cuando en ciertos círculos del partido, no sin la participación solapada de Stalin, surgió una oposición a los métodos que empleaba para dirigir la guerra civil, Lenin, en julio de 1919, por iniciativa propia y de forma totalmente inesperada por mí, me entregó una hoja de papel en blanco, sobre la que había escrito en la parte inferior:

¡Camaradas! Conociendo el carácter estricto de las órdenes dadas por el camarada Trotsky, estoy tan convencido, absolutamente convencido que la orden dada por el camarada Trotsky es correcta, adecuada y esencial para el bien de la causa, que la avalo totalmente7.

El papel no llevaba fecha. En el caso de ser necesario, yo mismo debía agregarla. Es conocida la precaución de Lenin en todo lo referente a sus relaciones con los trabajadores. Sin embargo, consideraba posible firmar por adelantado una orden mía, por más que de estas órdenes a menudo dependiera la suerte de un gran número de hombres. Lenin no temía que abusara de mi poder. Agregaré que no usé ni una sola vez esta carta blanca que me dio Lenin. Pero este documento es testimonio de la confianza excepcional de un hombre a quien considero el modelo más elevado de la moral revolucionaria. Participé directamente de la redacción de los documentos programáticos y las tesis tácticas de la III Internacional. Lenin y yo compartíamos los informes principales sobre la situación internacional ante los congresos. Yo escribí los manifiestos programáticos de los primeros cinco congresos. Dejo a los fiscales de Stalin la tarea de explicar qué lugar ocupaba esta actividad en mi camino hacia el fascismo. En lo que a mí respecta, todavía sostengo firmemente los principios que, codo a codo con Lenin, propuse como base de la Internacional Comunista. Rompí con la burocracia gobernante cuando, debido a causas históricas que no puedo abordar adecuadamente aquí, ésta se transformó en una casta conservadora y privilegiada. Las razones de la ruptura están escritas y figuran, en cada uno de sus pasos, en documentos oficiales, libros y artículos accesibles para su verificación general. He defendido la democracia soviética contra el absolutismo burocrático; la mejora del nivel de vida de las masas contra los privilegios excesivos de la cumbre del poder, la industrialización y la colectivización sistemáticas a favor de los explotados, y por último, la política internacional en el espíritu del internacionalismo revolucionario contra el conservadurismo nacionalista.

En mi último libro, La revolución traicionada, intenté explicar teóricamente por qué el Estado soviético aislado, sobre las bases de una economía atrasada, ha construido la pirámide monstruosa de la burocracia, que fue casi automáticamente coronada con un líder “infalible” y más allá de todo control. A medida que ahogaba al partido por medio del aparato policial y aplastaba la oposición, la camarilla gobernante me desterró a Asia Central a principios de 1928. Al negarme a interrumpir mi actividad política en el exilio, me deportaron a Turquía a principios de 1929. Allí comencé a publicar el Boletín de la Oposición sobre la base del mismo programa que había defendido en Rusia, y entré en contacto con compañeros de ideas de todas partes del mundo, siendo aún muy pocos en aquel entonces.

El 20 de febrero de 1932, la burocracia soviética me privó a mí y a los miembros de mi familia que se hallaban en el extranjero de la ciudadanía soviética. Mi hija Zinaida, que estaba temporalmente en el exterior para recibir un tratamiento médico, se vio privada de la posibilidad de volver a la URSS para reunirse con su esposo e hijos. Se suicidó el 5 de enero de 1933.

Les presento una lista de mis libros y folletos más importantes, todos o casi todos ellos escritos durante mi último período de exilio y deportación. Según los cálculos de mis jóvenes colaboradores, quienes en toda mi obra me han aportado y me están aportando una ayuda dedicada e insustituible, he escrito 5.000 páginas durante mi período en el extranjero, sin contar mis artículos y cartas, que en su conjunto sumarían varios miles de páginas más. ¿Se me permite añadir que no escribo con facilidad? Realizo numerosas verificaciones y correcciones.

Mi obra literaria y mi correspondencia, por lo tanto, han constituido el contenido principal de mi vida en los últimos nueve años. La línea política de mis libros, artículos y cartas habla por sí misma. Las citas extraídas de mis obras y presentadas por Vishinsky representan, tal como demostraré, una falsificación burda; es decir, un elemento necesario de toda la fabricación judicial. En el período de tiempo que va de 1923 a 1933, con respecto al Estado soviético, su partido dirigente y la Internacional Comunista, sostuve la opinión expresada en aquellas palabras grabadas: reforma, no revolución. Esta posición estaba alimentada por la esperanza de que con una evolución favorable en Europa, la Oposición de Izquierda podría regenerar el partido bolchevique por medios pacíficos, reformar democráticamente el Estado soviético y encarrilar nuevamente a la Internacional Comunista en el camino del marxismo.
Sólo la victoria de Hitler, preparada por la política fatal del Kremlin, y la total incapacidad de la Internacional Comunista de extraer lección alguna de la trágica experiencia de Alemania, me convencieron a mí y a mis compañeros de ideas de que el viejo partido bolchevique y la III Internacional habían muerto para siempre en lo que respecta a la causa del socialismo. Así desapareció el único medio jurídico con el que esperaba poder llevar a cabo una reforma pacífica y democrática del Estado soviético. Desde fines de 1933, me he convencido cada vez más de que para que las masas trabajadoras de la URSS y la base social fundada por la Revolución de Octubre se emancipen del control de la nueva casta parasitaria, es inevitable históricamente una revolución política. Naturalmente, un problema de tan tremenda magnitud provocó una lucha ideológica apasionada a escala internacional.

La degeneración política de la IC, totalmente maniatada por la burocracia soviética, llevó a la necesidad de lanzar la consigna de la IV Internacional y de redactar las bases de su programa. Los libros, artículos y boletines de discusión relacionados se encuentran a disposición de la Comisión y constituyen la mejor prueba de que no se trata de un “camuflaje”, sino de una lucha ideológica intensa y apasionada basada en las tradiciones de los primeros congresos de la Internacional Comunista. He estado en contacto continuo con docenas de viejos amigos y cientos de jóvenes de todas partes del mundo, y puedo afirmar con toda seguridad y orgullo que precisamente de esta juventud surgirán los luchadores proletarios más firmes y confiables de la nueva época que se avecina.

Renunciar a la esperanza de una reforma pacífica del Estado soviético no significa, sin embargo, renunciar a la defensa del Estado soviético. Como se demuestra especialmente en la colección de extractos de mis artículos a lo largo de los últimos diez años (“En defensa de la Unión Soviética”8), que recientemente llegó a Nueva York, he luchado invariable e implacablemente contra toda vacilación sobre la cuestión de la defensa de la URSS. He roto más de una vez con mis amigos por esta cuestión. En mi libro La revolución traicionada, demostré teóricamente la tesis de que la guerra no sólo amenaza a la burocracia soviética, sino también a la nueva base social de la URSS, que representa un enorme paso adelante en el desarrollo de la humanidad.
A partir de esta conclusión, se desprende el deber absoluto de todo revolucionario de defender la URSS contra el imperialismo, a pesar de la burocracia soviética.
Mis escritos del mismo período proporcionan un retrato inequívoco de mi actitud hacia el fascismo. Desde el primer período de mi exilio en el extranjero, di la voz de alarma sobre la cuestión de la creciente ola fascista en Alemania. La Comintern me acusó de “sobreestimar” al fascismo y “entrar en pánico” ante él. Exigí el frente único de todas las organizaciones de la clase obrera. A esta perspectiva, la IC opuso la teoría idiota del “socialfascismo”. Exigí la organización sistemática de milicias obreras. La Comintern respondió alardeando sobre sus victorias futuras. Señalé que la URSS se vería gravemente amenazada en el caso de una victoria de Hitler.

El conocido escritor Ossietzky publicó mis artículos en su revista y demostró una gran simpatía por ellos en sus observaciones. Todo fue en vano. La burocracia soviética usurpó la autoridad de la Revolución de Octubre para convertirla en nada más que un obstáculo para el triunfo de la revolución en otros países. ¡Sin la política de Stalin no habríamos tenido la victoria de Hitler! Los Procesos de Moscú, en un grado considerable, nacieron de la necesidad del Kremlin de obligar al mundo a olvidar su política criminal en Alemania. “Si se demuestra que Trotsky es agente del fascismo, ¿quién, entonces, considerará el programa y las tácticas de la IV Internacional?”.

Tal fue el razonamiento de Stalin. Es bien conocido que durante la guerra se declaró a todos los internacionalistas como agentes del gobierno enemigo. Tal fue el caso de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Otto Rüehle y otros en Alemania, de mis amigos franceses (Monatte, Rosmer, Loriot, etc.), de Eugene Debs y otros en los Estados Unidos y, finalmente, fue el de Lenin y el mío en Rusia. El gobierno británico me encarceló en un campo de concentración en marzo de 1917 bajo el cargo, inspirado por la Ojrana zarista, de que bajo un acuerdo con el alto mando alemán, yo intentaba derrocar al gobierno provisional de Miliukov-Kerensky. Hoy esta acusación parece un plagio de Stalin y Vishinsky. En realidad, son Stalin y Vishinsky quienes están plagiando el sistema de contraespionaje zarista y el servicio de inteligencia británico.

El 16 de abril de 1917, cuando estaba en el campo de concentración con los marineros alemanes, Lenin escribió en Pravda:

¿Puede concederse crédito, siquiera por un momento, a la buena fe de un informante según el cual Trotsky, presidente del Soviet de Diputados Obreros de San Petersburgo en 1905, un revolucionario que ha consagrado decenas de años al servicio desinteresado de la revolución, habría sido capaz de ligarse a un plan subvencionado por el gobierno alemán? Es en realidad una calumnia flagrante, inaudita y desvergonzada que se lanza contra un revolucionario9.

“Qué bien suenan ahora estas palabras”, escribí el 21 de octubre de 1927 –¡repito, en 1927!–, “en el preciso momento en que se cubre de infames calumnias a la Oposición, y cuyas calumnias no se diferencian nada de las lanzadas en 1917 contra los bolcheviques”10. Por ende, hace diez años –es decir, mucho antes de la creación de los centros “unificados” y “paralelos” y antes del “vuelo” de Piatakov a Oslo– Stalin ya lanzaba contra la Oposición todas las insinuaciones y calumnias que Vishinsky convirtió más tarde en acusación. Sin embargo, si en 1917 Lenin consideraba que mi pasado revolucionario de veinte años era en sí mismo refutación suficiente de estas sucias insinuaciones, me atrevo a pensar que los veinte años que han transcurrido desde entonces –en sí mismos de una importancia suficiente– me otorgan el derecho a citar mi autobiografía como uno de los argumentos más importantes contra la acusación de Moscú.

1 Extraído de Trotsky, El caso León Trotsky, op. cit., pp. 491-498.
2 Periódico editado en Nueva York por el Partido Comunista de EE.UU. Su publicación comenzó en 1924.
3 The New Masses (1926-1948) surgió como un periódico de izquierda independiente, donde escribían varios norteamericanos de renombre. Desde mediados de la década de 1930 apoyó la política de Frente Popular del PC norteamericano y los Juicios de Moscú.
4 Error del original en inglés. La fecha correcta es 14 de noviembre; figura en las actas de sesión del CC del 11-14 de noviembre (citado en La Revolución desfigurada, México DF, Editorial Cultura Obrera, 1972, pp. 32-33).
5 León Trotsky, La revolución desfigurada, op.cit., pp. 26-27.
6 Ídem.
7 The Trotsky Papers 1917-1922, tomo I, La Haya, Mounton and Co., Instituto Social de Historia de Amsterdam, 1964, p. 589.
8 En “Sobre la defensa de la URSS”, del 26 de marzo de 1937 (Escritos de León Trotsky 1929- 1940, op. cit.), Trotsky solicita a Jean Rous, dirigente de la sección francesa y miembro del Secretariado Internacional, que sea la Subcomisión de París la que se encargue de buscar testimonios y documentos respecto al problema de su actitud hacia la defensa de la URSS y hacia el fascismo alemán y sus partidarios franceses por revestir gran importancia para la investigación.
9 Ver p. 303 de esta edición.
10 León Trotsky, La revolución desfigurada, op. cit., p. 10.

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