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Nota de tapa

A costa nuestra, los patrones viven de fiesta

“Nadie puede dudar que el campo tendrá este año ganancias extraordinarias. La voracidad de esta gente de querer ganar más de lo posible hace que pidan un aumento del dólar”. Las palabras son de Hugo Moyano...

Lucho Aguilar

22 de abril 2010

A costa nuestra, los patrones viven de fiesta

“Nadie puede dudar que el campo tendrá este año ganancias extraordinarias. La voracidad de esta gente de querer ganar más de lo posible hace que pidan un aumento del dólar”. Las palabras son de Hugo Moyano de la CGT y el cruce fue contra el jefe de la Federación Agraria. Junto a Eduardo Buzzi, otros empresarios también se sumaron a la cruzada para que el billete verde esté entre 4,5 y 5 pesos: el propietario de estancias Hugo Biolcatti y Cristiano Ratazzi de la Fiat, representante de un sector industrial, que este año bate un record de records en ventas de automotores. La medida en sí les permitiría un aumento en sus ingresos en pesos cercano al 30%. Sin embargo, aunque puedan aumentar los costos en dólares (de los insumos y los productos importados), en general lo hacen en menor medida de lo que aumentan sus ingresos. Evidentemente los que lloran pobreza pretenden llevarse una muy buena tajada. El objetivo es favorecerse en términos de competitividad externa abaratando sus productos en el mercado internacional. A su vez, un beneficio adicional muy importante es que los salarios bajarían en términos de dólares. Para los trabajadores, en cambio, sería una gran pérdida del poder adquisitivo debido a la obligada inflación que conlleva tal medida.

La propuesta es afín a la bandera histórica que levantan los empresarios amigos de Duhalde. Hugo Moyano, que ahora cuestiona la salida devaluacionista, conoce muy bien este tipo de “modelo productivo”. Fue uno de sus principales defensores durante la crisis de la convertibilidad en el 2001. Gracias a la devaluación duhaldista, durante el 2002 la inflación aumentó un 40% mientras los salarios se mantuvieron estancados, lo que significó una pérdida de su poder adquisitivo cercana al 25%. Mientras, los empresarios como Techint, Pérez Companc, Macri, Arcor, y Pescarmona obtuvieron ganancias que rondaban los 17.000 millones de pesos. Esa “recuperación de los negocios” que hoy añoran personajes como Buzzi y Biolcatti llevó a que 20 millones estuviesen por debajo de la línea de pobreza. El representante del Banco Mundial para la Argentina, Axel Von Trotsenburg, concluía clarito años después: “El gran ajuste lo hizo la devaluación que terminó con la convertibilidad” (15/6/07).

Si Moyano pega duro contra los ruralistas es para defender la “devaluación administrada” de los Kirchner, un “modelo” donde en el primer trimestre del año los trabajadores ya perdimos cerca del 10% del poder de compra de nuestros sueldos. Pero a Moyano no parece preocuparle: “En un país que crece, la inflación no es mala y es normal”, suele acotar. Es “la hora de los trabajadores” dicen en la calle sus carteles; “No pensamos volver a los ‘90”, repite él o sus hijos para la tribuna. La verdad es que con los Kirchner es la hora de ellos, la de los burócratas sindicales, que como en la UOM cobran por mes $29.000, y la de los empresarios que no paran de ganar fortunas, pero ¿la nuestra?

Ellos y nosotros

“Fiestas cruzadas de dos patriarcas: Macri y Werthein” titularon los diarios. Los empresarios no pierden oportunidad para brindar. El año del Bicentenario, como le dicen, parece plagado de buenos negocios. Lo sienten Don Franco y Don Julio que “juntos suman 172 años, dos de los PBI per cápita más robustos del país y por esos azares del calendario, festejaron su cumpleaños la misma noche” (Diario Perfil). Los grupos Macri y Werthein han seguido haciendo tan buenos negocios como en los ‘90, y no pueden estar más que agradecidos. El padre de Mauricio no se aguantó más y confesó que el de Cristina “es el proyecto de país que tienen todos”. Los elogios no son gratuitos. Como venimos mostrando en La Verdad Obrera y reflejamos en este número (ver recuadro), con este gobierno los capitalistas gozan de buena salud.

La clase obrera llega al 1° de Mayo del Bicentenario de manera muy diferente.
Más de la mitad asalariada cobra un salario inferior a $1.500, cerca del 40% trabaja en negro, dos millones están desocupados o con problemas laborales estima el INDEK, mientras otros están en negro.

Fue en los ’90 cuando el gobierno menemista lanzó una ofensiva sobre la clase trabajadora a través de la desocupación y con las distintas leyes destinadas a la flexibilización de la fuerza laboral. La Alianza y el radical De la Rúa le pusieron la frutilla al postre de los empresarios con la votación de la ley Banelco. Hoy Moyano se jacta de que Kirchner quien volteó esa ley, cuando en realidad la reemplazó por una que mantiene lo esencial de aquella. Lo desnuda el mismo Héctor Recalde (abogado de la CGT) al presentar en estos días una serie de proyectos que los diarios de negocios llaman “mega reforma laboral”. El proyecto se refiere al respeto por las ocho horas de trabajo (“48 horas semanales”), las licencias por maternidad, un aumento de los días de vacaciones y hasta las horas extras. Si realmente buscara revertir la situación de la clase obrera hoy –de la que es cómplice– la CGT podría plantear un plan de lucha para conquistar esos puntos, por limitados que sean. Pero el doble discurso de la CGT y el kirchnerismo no tiene límites.

Cristina Kirchner reivindicó hace poco “los 1.500 convenios colectivos firmados durante la gestión”. Según estudios de la CTA, casi la mitad de estos convenios firmados desde el 2003 incorporaron una o más cláusulas que flexibilizan el tiempo de trabajo. También la mitad de esos acuerdos modificó la organización del trabajo, con cláusulas que establecen la polivalencia o multifuncionalidad de tareas.

Sino díganle a un trabajador de Stani las bondades de los nuevos convenios: “a partir del convenio Mantecol hay trabajadores de primera y de segunda. Los que estamos bajo este contrato somos más del 60% de los trabajadores. Con un régimen estricto de 48 horas semanales, con los sábados y domingos obligados a trabajar; cuando se trabaja los fines de semana cobramos las horas extras al 50 y 100%. Los del viejo contrato sólo trabajan 45 horas y los sábados y domingos de forma optativa, y cobran las horas extras al 200%. Con este convenio la patronal pudo aumentar su productividad manteniendo parada la fábrica sólo 24 horas semanales y ganando más de tres meses de producción al año. Esta fue la clave de su éxito, el aumento de nuestra explotación y en consecuencia de sus superganancias”.

En varias fábricas rige el turno americano (doce horas por cuatro días, por ejemplo) donde se trabaja en turnos continuos de producción sin importar sábados, domingos o feriados. Como dice un obrero de la Coca Cola, “las quejas más sentidas son por el cansancio que producen estas largas jornadas y por la imposibilidad de estar los fines de semana con nuestros seres queridos. Las jornadas de doce horas te traen problemas orgánicos (estrés, várices, problemas de columna, de rodillas, hernias de disco.)”.

Todo esto ha llevado a que el mismo INDEC reconozca que por cada desocupado hay tres trabajadores “sobreocupados”, trabajando entre 48 horas y más de 61 horas semanales. El aumento de las horas extras viene siendo una constante en la mayoría de las ramas de la industria y de los servicios.

Unificar la fuerza obrera

“Son ideas de los más locos socialistas”, alertaba el principal diario de Chicago ante el 1° de Mayo de 1886. También hace 124 años parecía una locura que la clase trabajadora reclamara la jornada de 8 horas. Por entonces en Buenos Aires, París o Chicago lo “normal” era trabajar entre catorce y dieciséis horas por día, incluyendo a las mujeres y hasta niños de diez años. Decenas de miles salieron a la huelga y se enfrentaron con la policía. Hubo cientos de detenidos y ocho líderes de esa huelga fueron condenados a muerte: los “mártires de Chicago”. Ese ejemplo de lucha es lo que conmemoramos en todo el mundo cada 1° de Mayo.

Los trabajadores continúan siendo explotados en agobiantes jornadas laborales con bajos salarios, contratados, en negro o directamente desocupados sin el único “derecho” que supuestamente puede dar el capitalismo, el de ser explotados. Estas son las condiciones en las que vive la gran mayoría trabajadora bajo el gobierno de los Kirchner. Contra las patronales, contra la burocracia sindical, desafiando el doble discurso kirchnerista, la clase obrera empieza a levantar una bandera de organización y de lucha: una nueva generación obrera de delegados y activistas combativos empieza a abrirse camino, como la corriente que hoy encarnan delegados de Kraft, Pepsico y la oposición a Daer, los ceramistas Zanon y los delegados clasistas del Subte. La tarea de la hora es extender una perspectiva clasista en el movimiento obrero.

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